lunes, 15 de octubre de 2012

Los Mirones

Basado en la idea original de una compañera de clase (María Camila Arriaga) realicé como ejercicio este pequeño cuento.



En un edificio de apartamentos de disposición en H, construido por el gran arquitecto Hernando, vive Lucía, una muchacha solitaria y un tanto agorafóbica (o eso se decía a sí misma) que tras la muerte de su madre, atropellada por un Mini Cooper verde, había optado por el encierro voluntario, y no había sido frenada por un padre un tanto desnaturalizado (o eso se decía a si mismo) que había construido su vida alrededor de su esposa. Su apartamento se encuentra en el ala oeste, donde el gran ventanal de su sala de estar la conecta con el mismo espacio en el de Miguel. Miguel es buen mozo, y parece interesante, pero tiene un Mini Cooper verde, come manzanas verdes y hasta come Fun-Dip del verde, demasiado verde para los ojos evocativos de Lucia. Sin embargo, hay algo en él que la atrae casi magnéticamente. "Tal vez, los opuestos si se atraen inevitablemente", piensa Lucía mientras mira su apartamento predominantemente rojo. A ella le gustan las manzanas, incluso come Fun-Dip del rojo. 
Aunque no le agrada salir, comer es necesario, y era imposible encontrar un domiciliario que subiera un mercado completo a un piso 11 por las escaleras de un edificio que ya había perdido las esperanzas de ver revivir a su ascensor. Estaba vetado. Lucia vive en un hollo negro en medio de la ciudad, y así le gusta. Trata de salir una vez a la semana y se abastece de abundante variedades de comida enlatada, prefiere no cocinar porque no le gusta el verde de la llama que produce el gas de la estufa. Compra, también, manzanas, rojas por supuesto. Cuando regresa mira nerviosamente en busca del Mini Cooper verde. A veces está, a veces no. A veces ve a Miguel abajo viendo la cartelera al lado de las escaleras. A veces lo ve resolviendo crucigramas los domingos al frente de la ventana recibiendo el sol de la mañana. A veces lo ve leyendo, se nota que eso le gusta mucho. Leer y juegos de palabras. Cada vez con más frecuencia se sorprende a sí misma observando la ventana de en frente, comiendo al mismo tiempo o incluso prendiendo las luces al mismo tiempo que él. Había visto algo parecido en la televisión, universos paralelos conectados. Tal vez él era su versión masculina de algún universo alterno en donde podía manejar un Mini Cooper verde, comer manzanas verdes e incluso Fun-Dip del verde. ¡Tal vez el no podía verla en absoluto!. Pensar en eso la desespera. Tiene que encontrar una manera de probarlo.
En su siguiente salida compró, después de mil y un intentos, una manzana verde (que hizo empacar bajo varias capas de papel iris rojo) y cartulina roja que corta en forma de las letras que necesita para escribir: “UN CAFE? EN MI CASA. NADA DE VERDE”. Día a día durante casi un mes baja y sube 11 pisos cambiando, una a una, las letras que pone en la cartelera. Su sincronización con Miguel aumenta. Ahora lo ve jugando Scrabble sólo, él es raro, pero, ¿Qué más puede esperar ella de su alter-ego?
Termina de enviar su mensaje y espera uno, dos, tres días, pero el no vuelve, no aparece. Lucía se siente fuera de lugar. Ya nada tiene sentido.
Un día tal y como había desaparecido, él apareció y puso el tablero de Scrabble contra la ventana, tiene las ficha pegadas y dice: “UN CAFE. MAÑANA. EN EL PASILLO. NADA DE ROJO”

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