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- Entonces… ¿Dice usted que quedó inconsciente?
La sala de interrogatorios de la estación era si duda la habitación más fría de toda la edificación. Toda la sala estaba diseñada para presionar a los sujetos interrogados. No era muy típica a decir verdad: era rectangular, por lo menos 2 veces más larga que ancha, una única puerta se encontraba en la pared norte (la más pequeña del recinto), prácticamente toda la pared oriental era un gran y único “espejo”; de resto todo era gris, desde el inclinado techo, las paredes (incluyendo la puerta) y las baldosas que cubrían el suelo hasta las sillas y la mesa ubicadas contra la pared más alejada de la puerta.
Los interrogados, desesperados ya de por si por el hecho de estar siendo interrogados veían sentados cómo las paredes se iban angostando de tal manera que la única salida que había se veía más distante de lo que en realidad estaba.
Jorge miró a su alrededor una vez más, era la primera vez que estaba dentro de una de esas, siempre lo habían intrigado, pero ahora que estaba allí prefería incluso los calabozos.
- No quedé, ¡me DEJARON inconsciente!
- Mmm… que oportuno… fue el único que no salió herido… y estaba inconsciente.
- ¿¡PERDON!? ¿ESTA USTED DICIENDO QUE YÓ FUI EL CULPABLE? ¿QUÉ YÓ ASESINÉ A MI FAMILIA?
- ¡DIGAMELO USTED! – dijo el detective dando un golpe seco sobre la mesa con la mano totalmente abierta - ¡Su mamá degollada!, ¡Su papá descuartizado!, ¡Su hermano asfixiado!, ¡Su hermana golpeada hasta la inconsciencia! ¿¡Y a usted no le hicieron nada!? ¿¡No le parece raro!?
Jorge abrió su boca esperando a que las palabras salieran de ella por si solas, sin embargo, lo único que logró salir de él fueron las espesas lágrimas que se deslizaban por sus mejillas y un grito ahogado. Después de casi ocho horas era la primera vez que daba rienda suelta a todo lo que tenía por dentro. Trató de controlarlo, al comienzo, pero se dio cuenta de que era inútil, así que se limitó a meter la cara entre las manos.
- Repasemos todo esto. ¿Qué fue exactamente lo que sucedió? – preguntó el detective una vez lo vio calmado.
- Estábamos viendo una película… en la sala – logró decir el muchacho entre sollozos -, fui a la cocina a servir bebidas para todos… volví con los vasos llenos… decidimos hacer un brindis, hace mucho no pasábamos una noche juntos, la familia completa… tomamos todos al tiempo… y de pronto todo empezó a dar vueltas… no recuerdo más… me despertaron los paramédicos.
El detective, que durante todo el testimonio había estado tomando notas en una pequeña libreta, levantó lentamente la vista, la dirigió hacia Jorge y la sostuvo, intentando descifrar a la persona que tenía al frente, a ese delgado muchacho de cabello negro. Era imposible que alguien como él hubiera cometido tal atrocidad, ni siquiera parecía lógico.
- Está bien, puede irse. Sin embargo enviaremos con usted agentes que vigilarán su casa las 24 horas, es posible que el asesino intente llegar a usted.
Dicho esto se levantó de la mesa y con pasos largos, pero ligeros, se retiró. Jorge se quedó inmóvil un pequeño instante antes de pararse. Lentamente dio uno, dos pasos, y al momento en el que su pie tocó el suelo para completar el tercero sus rodillas flaquearon, dejándolo inclinado en el suelo. Alguien extendió una mano, y sintiendo como si se encontrara en un cuerpo ajeno al suyo, Jorge vio como su propia mano se levantaba y tomaba aquella otra extremidad desconocida.
- Mucho gusto, William Díaz. Soy, junto con el agente Salgado, el que va a estar encargado de su vigilancia durante un tiempo
2
Los tres estuvieron en silencio durante todo el camino, solo se escuchaba el sonido del motor del carro. Las calles estaban vacías, casi fantasmales. Media hora después de haber salido de la estación llegaron a la casa. A las afueras de la ciudad, grande, de dos pisos, y aislada como estaba, la casa era el sitio perfecto para un crimen como el que había tenido lugar hace una horas.
Jorge abrió la puerta principal y antes de entrar lanzo una mirada a los policías, no los quería adentro con él, no en ese momento. Respiró hondo y dio el primer paso. Cuando ya estuvo totalmente adentro cerró la puerta tras de sí. Miró alrededor en la sala. Como era de esperarse los cuerpos ya no estaban, sin embargo, las manchas de sangre que se extendían por el suelo y las paredes produjeron un efecto en él mucho mayor de lo que esperaba. Las nauseas impulsaron su cuerpo, por pura inercia, hacía el baño.
Una vez terminó de vomitar se quedó quieto, escuchando, o al menos tratando de percibir otro sonido que no fuera el de su propia respiración. Era increíble, aquel silencio tan penetrante, la casa se sentía incluso más sola que el día en el la habían visto por primera vez un poco más de diez años antes, cuando estaba totalmente vacía.
Se paró, midiendo cada movimiento, salió del baño y, sin dirigir la mirada a la sala de estar, caminó por el largo pasillo hasta una puerta negra que marcaba la entrada a su habitación.
Jorge siempre había sido un muchacho muy inteligente, demasiado para su edad, y su habitación daba todas las señas de eso. Todo perfectamente ordenado, libros, juegos, todo. Y en la esquina el escritorio y el acuario con sus lagartijas mascota.
Estuvo inmóvil un tiempo en el centro de la habitación antes de darse cuenta de que la lámpara de su escritorio estaba prendida. No recordaba haberla dejado de ese modo, pero no le dio importancia al asunto. Se acercó para apagarla y su mirada se posó en la foto familiar que estaba adherida al tablero de corcho. la desprendió cuidadosamente y la tomó entre sus manos.
Ahí estaban todos. Su padre estaba en el centro, erguido y con el porte orgulloso que siempre lo había caracterizado, había sido un buen juez, uno de los mejores del país. Sin embargo, era un poco contradictorio, aunque decía que los triunfos de la mente eran más valiosos siempre le había dado más importancia a los triunfos deportivos de su hijo mayor que a los obtenidos por Jorge. A su derecha, abrazada a su padre, estaba su madre. Aunque amaba a sus hijos y a su esposo, la buena vida la había malacostumbrado y se ponía demasiada atención a ella misma, hasta el punto de descuidar y casi parecer indiferente a su familia. A la izquierda del padre estaba el hermano mayor de Jorge, un muchacho fornido que era más músculos que cerebro, eran polos opuestos, jamás lograron llevársela bien.
Un poco más a la derecha, como si no pertenecieran del todo al cuadro, estaban Jorge y su hermana Isabel. Eran de la misma edad, pero ella era adoptada, era simplemente el resultado de un arrebato de caridad de una mujer adinerada que intentaba ganar popularidad obteniendo reputación de “humanitaria”. En el momento en que la vio Jorge sintió como pasaba un escalofrío por su columna, algo en su estomago pareció encenderse y una sonrisa misteriosa apareció en su cara. Era una sensación extraña, tal vez se debía al hecho de que ella era la única que había sobrevivido, con él. ¿Qué había tenido que ver para entrar en estado de shock? Se preguntó Jorge.
Las lagrimas empezaron a brotar de sus ojos de nuevo. Era cierto, no habían sido la familia perfecta, y aunque no lo apreciaran, o simplemente lo ignoraran la mayor parte del tiempo, Jorge los quería, incluso a su hermano.
Se limpió con el dorso de la mano, dobló la foto por la mitad y la metió en su billetera.
Se acostó, miró hacia en reloj que estaba en su mesa de noche, eran ya casi las 7 de la mañana. El sopor lo invadió y, sin siquiera darse cuenta, se quedó dormido.