Esta es la re-escritura de una de las entradas antiguas, "Adelanto". Hoy estaba continuando con su escritura y me di cuenta de que en realidad estaba tomando un enfoque que no era el que había pensado inicialmente, se estaba convirtiendo en otra historia diferente que no contaba lo que quiero contar. Así que empece desde cero y logré estos 2 párrafos con los que me siento mucho más cómodo y conforme.
Santiago Rojas despertó esa mañana con un solo objetivo en su cabeza. Había visto a la niña varias veces y ese día lo haría por fin. Dormía desnudo, le gustaba sentir el tacto de las lujosas sábanas de algodón egipcio que su hermana le había regalado cuando cumplió 50 años. Ya casi habían pasado 15 años y ellas seguían igual, no se podía decir lo mismo de él. Se sentó y se bajó de la cama. Se miró con detenimiento en el espejo de cuerpo completo que tenía al lado de la mesa del televisor. Es difícil pensar en como alguien como él podía ser tan egocéntrico y narcisista, solo se necesitaba darle una mirada para comprender porque era soltero y sin hijos, para comprender porque vivía totalmente solo en un apartamentucho mínimo sin mayores lujos. Solo se necesitaba ver su incipiente calva, su pecho pecoso y lleno de pequeños crespos grises, sus abundantes pectorales que parecían los pechos de una mujer bastante desafortunada, su gran barriga colgante que lo hacía parecer un caricatura triste y siniestra de Papá Noel (y que era producto de años y años de no ejercicio, mucha comida y aún más cerveza), sus brazos y piernas rechonchos y fláccidos, y sus ojos. Sobre todo sus ojos.
Las mujeres habían marcado su vida. Empezando por su madre, que era totalmente sumisa y nunca dijo ni una sola palabra, o hizo una sola acción que pudiera ir en contra, en lo más mínimo, de la opinión de su esposo, un hombre alcohólico que abusaba de ella de cuando en cuando. Lo vio manosearla muchas veces. A los doce años María Restrepo le había rasguñado la cara después del tercer intento que había hecho para robarle un beso. Después de eso ninguna niña había querido acercarse a él. Paso el resto del bachillerato sólo mientras sentía como todos los demás se burlaban de él, como si los rasguños estuvieran todo el tiempo en carne viva, sin poder cicatrizar. Empezó a sentir odio hacia todos, pero en especial hacia las mujeres. A los 16 años no pudo aguantar más y, después de meses de ahorro, pagó a su primera prostituta, una mujerzuela fea y barata que se hacía llamar Bridget. Mientras estudiaba derecho en la universidad tuvo pocas oportunidades de conocer mujeres que no supieran de su pasado, paro a ninguna le interesaba un hombre que ya en ese entonces era gordo y con una mirada inquietante, todas preferían a sus amigos buen mozos. Ya no tenía amigos. Su hermana era la única mujer fuerte que había conocido, había dejado la casa apenas su padre había intentado tocarla. Admiraba su valentía, pero aún a ella la había deseado cuando era joven.
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