Después de tener una pesadilla, Martín despertó exaltado en medio de la noche. Se incorporó rápidamente en su cama despertando a Fernanda, su esposa. Ella prendió la lampara que estaba en la mesa de noche.
- ¿Qué pasó? ¿Tuviste una pesadilla?
- Si - respondió él en un suspiro mientras se llevaba la manos, primero a las cienes y luego al cabello desordenado.
- ¿Sobre qué? - preguntó ella mientras con la mano acariciaba en círculos la espalda de su esposo.
- No se, no me acuerdo.
Eran las 4 de la mañana.
Acercándose lentamente, Fernanda le dio un beso en la parte de atrás del cuello, un escalofrío recorrió su cuerpo entero y él logró predecir, mientras una sonrisa se formaba en su cara, el comentario que ella haría.
- Ahora no voy a poder volver a dormirme.
Él volteó su rostro y le dio un beso. Hicieron el amor hasta que el despertador sonó dos horas después, y sin embargo, aquella sensación de angustia, de que algo estaba absolutamente fuera de lugar no lograba salir de su pecho, oprimiendo casi hasta el punto del dolor.
Él se levantó primero. Se dio una breve ducha con agua fría y empezó a alistarse para lo que suponía un arduo día de trabajo en la editorial.
Mientras se abotonaba los puños de la camisa empezó a sonar su celular. Era su secretaria.
- Buenos días señor Martín - sonó desde el otro lado de la linea.
- Buenos días Julieth.
- Señor, es para recordarle que el día de hoy tiene una cita importante con los empresarios de la editorial americana a las 11 de la mañana. A las 2 de la tarde tiene que presentar el informe de la reunión al consejo general y a las 5 debe hacer la entrega de la edición final del libro del señor Correa.
- Gracias, ya estoy terminando de alistarme y salgo para allá, tenga listos los documentos y las copias necesarios para la reunión por favor.
- Si señor. Hasta luego.
- Hasta luego.
Alejandro colgó y puso el celular de nuevo en el bolsillo de su pantalón. En realidad no solía vestir tan formal como ese día, sin embargo creía que podría acostumbrarse de ser necesario, no era tan incomodo, excepto por la corbata.
Con una parsimonia poco común en él, continuó alistándose. Se puso unos zapatos negros de corte inglés y se amarró los cordones con un doble nudo para evitar que se desamarraran (como siempre le sucedía) más adelante.
Por último abrió uno de los cajones del armario y sacó la única corbata que poseía. Con lineas diagonales azul casi celeste, la prenda combinaba perfectamente con sus ojos. Era en realidad el mismo traje que llevaba la primera vez que había conocido a Fernanda.
❉❉❉
Aquella vez, hacía ya 4 años, él estaba sentado en una cafetería descansando al medio día. Había comenzado a trabajar en la editorial unas semanas antes y ya estaba agobiado por su primer gran proyecto, un libro de 600 paginas sobre la historia del socialismo y comunismo en América latina. Supuso un gran reto en su momento principalmente por el carácter apolítico de Martín. No tenía mucha hambre y había encontrado en esa cafetería (un local más bien pequeño oculto en un callejón y además “opacado” por un gran restaurante en la esquina) una especie de santuario al que podía ir a tranquilizarse. Los dueños eran una pareja ya entrada en años que habían continuado con el negocio de los padres del señor. Él solía mantenerse detrás de la vitrina preparando los pedidos mientras su esposa los repartía a los pocos pero constantes clientes. Eran una pareja ciertamente encantadora, había tanto amor entre ellos todavía, después de tantos años, después de tantas cosas. Martín se sorprendía a si mismo algunas veces observándolos mientras llevaban una tranquila conversación detrás del mostrador, él solía hacer comentarios que hacían explotar carcajadas en su esposa, luego, la besaba suavemente y seguía con su labor. Ese era el tipo de relación que Martín siempre había querido tener.
Después de rechazar la oferta de algo de comer por parte de la señora mayor, Martín se había concentrado en beber su café bien cargado, con tres terrones de azúcar. De pronto, alguien se sentó en la silla del frente y puso una empanada frente a él.
- Me he dado cuenta de que vienes bastante seguido, y que nunca comes. Si no comes te vas enfermar - dijo una mujer joven, tal vez un poco más que él. Tenía cabello castaño acaramelado, largo y suelto que caía a ambos lados de sus hombros, con un flequillo que tapaba un poco más de la mitad de su frente. Unos grandes y profundos ojos casi del mismo tono que su cabello, un poco más rojizo tal vez. Una nariz menuda y unos labios rosa. No utilizaba mucho maquillaje, un poco de delineador alrededor de los ojos y tal vez un poco de rubor sobre las mejillas. “Una mujer que sabe apreciar su belleza natural” pensó él.
- Gracias - dijo él, dudoso, después de una breve pausa. La miró directo a los ojos mientras analizaba la situación. Se dio cuenta de como una amplia sonrisa se iba formando en esos labios rosa.
- Soy Fernanda - dijo por fin ella extendiendo la mano por encima de la mesa.
- Martín - respondió el tímidamente. Extendió su mano lentamente y tomó la de ella. Estaba cálida en comparación con sus siempre frías manos. Realmente agradecía que el lugar tuviera una iluminación baja porque de lo contrario ella ya se habría dado cuenta de cuan sonrojado estaba. A decir verdad era bastante juvenil todavía en esas situaciones, y empezaba a pensar que, para su pesar, siempre lo sería.
Y ahí estaba Fernanda, una mujer centrada que siempre había sabido lo que quería y que hacía lo necesario para conseguirlo, y que sin embargo no era agresiva o atrevida, como podría pensarse. Simplemente era una mujer que se había cansado de que las cosas llegaran lentamente. No era estrictamente feminista, pero tampoco se resignaba a perder oportunidades que eran más tradicionalmente masculinas. Estaba también cansada de esperar a que los hombres que le interesaban, siempre de un corte tímido y solitario, se dieran cuenta de que ella existía.
Y así fue como los dos entraron a la vida del otro. Después de esa tarde se habían empezado a ver más seguido, primero a la misma hora y luego en diferentes planes. Se habían enamorado y se habían casado hace un poco menos de 2 años.
❉❉❉
Esperaba que en ese día tan importante el traje le trajera tanta suerte como aquella vez.
Se miró al espejo una última vez y salió de la habitación. En la sala de estar tomó un maletín negro que estaba en una de las sillas del comedor. Esperó un momento a que Fernanda saliera del baño. Ella salió con una toalla alrededor del cuerpo.
- Amor, ya me tengo que ir. Tengo unas reuniones importantes más tarde y tengo que terminar de prepara todo. Por favor acuérdate de llevar tu inhalador, por lo que más quieras. No quiero tener que volver a pasar por lo mismo por lo que pasamos la semana pasada cuando tuviste la crisis y no lo llevabas.
- Bueno, bueno - dijo ella levantando los ojos, luego se acerco a él y empezó acomodarle el saco y la corbata -. Que tengas un buen día. Te amo.
Se besaron brevemente.
Martín salió y cerró la puerta detrás de sí. Sonriendo camino hacía el ascensor, y en el momento en el que iba a oprimir el botón se arrepintió y decidió bajar por las escaleras como solía hacerlo por la mañana. Sabía que era inútil pero lo ayudaba a mantener la ilusión de que hacía algo de ejercicio si bajaba en las mañanas las escaleras. Ya en la noche estaba muy cansado y subía por el ascensor.
Bajó un piso, pero cuando se disponía a poner el pie en el siguiente escalón todo empezó a dar vueltas. La cabeza y el pecho le dolían como si estuviera agonizando en un campo de batalla, víctima del fuego enemigo. Cayó al suelo sobre sus rodillas. De pronto, tal y como había venido, todo el dolor se fue, todo volvió a la normalidad como si nada hubiera pasado. Casi por inercia Martín se levanto, se limpió las rodillas y siguió bajando.
Estando más abajo ya, escucho el sonido de una puerta abriéndose y el de voces que venían desde más arriba, sin embargo no fue capaz de reconocer nada de lo que decían.
En el parqueadero subió a su carro, se abrochó el cinturón de seguridad, puso la primera marcha y se fue rumbo a la oficina. Era una alivió encontrar las vías despejadas, en especial a esa hora, la oficina no era muy lejos, pero el recorrido podía llegar a ser un infierno.
Cuando llegó, su secretaria lo recibió con un paquete de documentos que tenía que revisar para antes de que comenzara la reunión 3 horas después.
Era interesante como su carrera se había disparado como un cohete. Llevaba solo dos años en la editorial pero ya estaba opcionado para el puesto de director del departamento de edición. No sabía que era lo que había hecho bien con exactitud pero parecía que cada libro que editaba se convertía en un éxito. Se había especializado en las novelas de misterio, que era su genero favorito. Prácticamente cada escritor de misterio del país sabía que Martín era el editor apropiado para su libro.
Es más, él mismo se encontraba envuelto en su proyecto propio, una novela de misterio sobrenatural. No había nada de lo que supiera más. Su infancia había estado llena del misterio de R.L. Stine con su serie de libros “Escalofríos” y de uno que otro episodio de las aventuras de Sherlock Holmes, más tarde, en su adolescencia temprana había pasado sus tardes y fines de semanas devorando con devoción los episodios de “La dimensión desconocida”, había descubierto al que sería su escritor favorito, Stephen King. Tenía también una obsesión casi febril por todos los asuntos sobrenaturales; espíritus, fantasmas, incluso ovnis.