A medida que se acercaba, Tomás empezó a ver las cosas más claramente. Era increíble (hasta para el) que no hubiera notado la llegada de un grupo tan grande de personas, debían ser por lo menos 50, o más.
Tomás odiaba los funerales, pocas personas habían estado en tantos funerales como él, y haber vivido la experiencia tantas veces le había hecho darse cuenta de que exceptuando pocos casos en su totalidad, y a ciertas personas, todos eran una farsa, un despliegue innecesario (e hipócrita por demás) de lagrimas y tristeza.
Todos los asistentes expresaban sus condolencias a la familia del fallecido. Condolencias en su mayoría falsas porque nadie sentía en realidad la tristeza. “lo siento mucho” era la frase que más odiaba (y que lo asustaba al mismo tiempo), se adquiría un compromiso demasiado grande incluyendo el verbo “sentir” en cualquier tipo de frase.
- ¿Cuánto le habrá dejado a la esposa y los hijos? – preguntó una señora a otra mientras Tomás pasaba cerca de ellas.
¿Cuántas veces había escuchado eso Tomás? Simplemente paso de largo sin siquiera fijarse en toda la parafernalia que le estaban poniendo al asunto.
Caminó lentamente, sintiendo cada gota que impactaba su cabeza y su cara. Después de unos segundos divisó el gran portón metálico. El vigilante, que parecía reconocerlo ya, asintió y se despidió de Tomás con la mano.
“Si no fuera un cementerio, esto sería muy bonito” pensó Tomás al dar una última miradla lugar donde reposaban los restos de Andrea.
El arco de la entrada tenía tres estatuas de ángeles, guerreros al parecer.
- ¿Sabe usted por qué tienen espadas?
Tomás se sobresaltó, miró a su lado derecho. No sabía cómo ni cuando pero la mujer con la que había discutido antes había legado a su lado. Había algo tremendamente familiar en ella y en el momento en general.
- Son para proteger a las almas que residen dentro del cementerio – dijo ella sin esperar respuesta – Bueno… me disculpo por lo de ahora, hasta luego.
De la misma manera en la que había pasado ya, Tomás no fue capaz de articular palabra mientras la veía marcharse.
Todo eso era demasiado extraño para el. Hacía mucho que no tenía contacto más allá del estrictamente necesario con nadie, y menos con una mujer. Y aunque nunca fue muy elocuente, Tomás temía haber perdido por completo la habilidad para entablar una conversación.
Además estaba ese misterioso aire que rodeaba a esa mujer, ¿Por qué todo lo que decía y lo que pasaba le parecía tan familiar?
Tomás empezó a caminar de nuevo. Simplemente los dos, condenados tal vez a estar juntos eternamente, Tomás y su soledad.
Al cabo de unos minutos llegó a su casa, demasiado grande desde que había muerto Andrea y todas las ambiciones que sobre ella desaparecieron.
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