miércoles, 7 de noviembre de 2012

UN HOMBRE CON UN SOBRERO ENORME EN UNA HOJA BLANCA DE PAPEL

Este cuento surgió del EJ. 03. En este caso me dieron dos papeles, uno con el espacio (UNA HOJA BLANCA DE PAPEL) y otro con el personaje (UN HOMBRE CON UN SOMBRERO ENORME), yo debía darle el tiempo. Tome como referencia más clara "Los Inquilinos" de Mary Norton pero cambié un poco las caracteristicas de las criaturas que ella creo. Terminó siendo el comienzo de algo que puede que continue, la contextualización del mundo en el que el personaje vive y al que debe enfrentarse, pero él no actua como tal.

Wilfred, un señor delgado y pequeño (tan pequeño como un meñique), de abundante cabello risado y rojo, se ponía su sombrero enorme (tan enorme para él que no lo dejaba ver desde arriba) mientras se preparaba para una nueva incursión a la tierra de los humanos. Él era un "Inquilino", o al menos así los llamaban ahora los humanos después de que sus torpes primos ingleses rompieran la regla básica y se mostraran al humano de la casa donde vivían, con la poca fortuna de que ese humano en específico era un lengua suelta palabra fácil malnacido que escribió un libro y revelo su existencia a la humanidad en pleno. Las cosas ahora no eran tan fáciles. Al inicio los tomaron como criaturas fantásticas ceradas por un escritor de cuentos de hadas, pero algunos pocos los habían tomado en serio. Cuando el primer inquilino REAL y vivo fue mostrado en televisión abierta el furor mundial estalló. Todos los niños querían un inquilino como mascota, todos los científicos querían tener uno para investigarlo. Wilfred solía tener horribles pesadillas en las que lo capturaban y lo viviseccionaban con herramientas humanas. 

Hasta donde se sabía, los inquilinos y los humanos podían compartir algún ancestro evolutivo, pero Wilfred no creía que fueran familiares, ni siquiera lejanos, lo suyos no cazarían a otras criaturas para hacer lo que hacían los humanos. Además, aunque tecnológicamente fueran superiores, todos sabían que un humanos jamás podría superar al inquilino más inexperto en las labores manuales. El trabajo con telas de los inquilinos era inigualable, los enormes sombreros con los que siempre se les encontraba en la cabeza estaban tejidos de tal manera que los espacios entre los hilos permitieran ver el espacio detrás del sombrero, reflectando y refractando la luz para que a simple vista pareciera un parte más de ese espacio. El camuflaje perfecto. Los militares habían capturado a un sin fin de inquilinos solo por sus sombreros, para estudiarlos, pero la anatomía de los tejidos se les escapaba. La unica manera de encontrar a un inquilino era la única debilidad de su sombrero, el único material que no podía imitar era el de una hoja de papel blanco. Y ahora todos lo sabían. ¡Maldito escritor! Wilfred lo maldecía todos los días. 

Para 2012 se estimaba, por información obtenida de los capturados, que la población de inquilinos se había reducido a un cuarto. Los humanos seguían cazándolos, los culpaban de que se les perdiera el reloj, o de no encontrar el control remoto o las llaves. Lo que no sabían era que a los inquilinos no les interesaba nada de eso, ni siquiera sus alimentos, los inquilinos se alimentaban de polvo. Es por esto que solían vivir en las casas de los mineros o de los humanos que vivían cerca a fábricas, o en las fábricas mismas. Los aserraderos eran su lugar predilecto.

Los inquilinos se habían cansado del abuso, de tener que vivir en alerta, de perder a sus familiares y seres queridos solo por los deseos de una raza avara y egoista como la humana. Habían organizado un congreso de inquilinos, y allí se dirigía Wilfred. Pero, de alguna manera, la información se había infiltrado hasta los humanos. Wilfred solo se podía valer de su plumilla y su tarro de tinta negra para crear un camino seguro por el mundo de los humanos que ahora se había convertido en una sola y eterna hoja de papel blanco.