sábado, 27 de noviembre de 2010
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martes, 9 de noviembre de 2010
Nuevo Blog: Aiwellonen Digital
domingo, 7 de noviembre de 2010
Un adelanto de lo que se viene... La Introducción
Y allí estaba de nuevo, aquella mirada que con tanta frecuencia aparecía en su rostro últimamente, aquella mirada de resignado remordimiento, aquella mirada que aparecía cada vez que la veía, esa mirada que además dejaba entrever la cobardía y poca confianza que tenia frente a las mujeres que le interesaban.
Lo más probable era que no fuera a ser capaz de superar ese episodio. Tal vez nunca sería capaz de conectarse así con nadie más. Nunca sería capaz de entablar una relación en la que como mínimo hubiera la mitad de conexión con nadie más. Aunque el contacto físico había sido casi nulo (hasta los momentos finales), aunque incluso no habían cruzado casi palabras, él la conocía ahora perfectamente, sus miedos, sus ilusiones, incluso sus tics, y a su vez, aunque no se diera cuenta, ella lo conocía a el mejor que nadie en el mundo, solo a ella le había dejado ver su verdadero ser.
Y sin embargo estaba allí, después de todo por lo que habían pasado y aun no era capaz de hablarle. Es más, ella, de alguna manera, fingía que todo aquello no había pasado, o al menos eso le parecía a él.
Todo había empezado con la salida de campo.
lunes, 1 de noviembre de 2010
La Puerta Oscura (fragmento)
Ella acompañó sus palabras con una nueva postura: se tumbó junto a Pascal que , algo violento, sintió por un instante el pelo lacio de la chica rozar su antebrazo. << ¿Se había tratado de un contacto accidental? >>, se preguntó él.
Cualquier movimiento de Beatrice, siempre armonioso, transmitía una impresión tan casual, que Pascal se resistía a pensar que había otra intención. A pesar de lo tentadoras que resultaban las otras opciones.
Fruto de aquella incomodidad que ella no parecía percibir y que avergonzaba a Pascal, él se quedó en silencio y aprovechó para terminar su bocadillo hasta que Beatrice le anunciara que podían conmtinuar el camino.
Los minutos se agolpaban con la lentitud propia de aquel universo apagado. Los ojos de Pascal se cansaron de observar el triste panorama que los rodeaba, todo negrura sobre el firme pedregoso de aquella planicie yerma que coronaba los acantilados, más allá de las cienagás. Y entonces, traviesas, sus pupilas se posaron en el cuerpo de Beratrice, al principio de un modo fugaz, tímido, curioso, y más adelante con la determinación intrépida de un minucioso examen.
A Pascal lo invadió una repentina sed mientras observaba los gruesos labios de Beatrice entreabiertos, sin aliento, sus facciones delicadas, su camiseta corta que dejaba entrever un vientre suave e insinuaba las curvas de unos pechos que no oscilaban porque ella no respiraba, solo aguardaba.
Aguardar. Pascal llevaba toda la vida haciéndolo, al igual que con Michelle cuando se la arrebataron. Y ahora entaba con Beatrice, un ángel en el reino de los demonios. Él tampoco respiraba, o más bien sentía unas extranas ganas de respirarla a ella, azotado por la soledad implacable de ser un aventurero entre deconocidos, obedeciendo a un rumbo tan impreciso como lo era su propio destino como Viajero.
Su futuro se hallaba envuelto en una nebulosa. Procuraba agarrarse al recuerdo de su mundo, pero ni siquiera albergaba la seguridad de que Michelle hubiera decidido aceptar su proposición, una incógnita que había perdido su importancia en el preciso instante en que la vida de ella empezó a correr peligro.
Así que, por el momento, estaba solo.
Beatrice continuaba tendida sobre el suelo, sensual sin pretenderlo o quizá por ello, con una pierna flexionada en ángulo recto y la cabeza apoyada en un brazo que descansaba en la tierra. Su mirada, soñadora, se perdía en la lejanía. Quién sabe si recordando su vida, su prematura muerte... o cuán distinto sería todo si compartiera con Pascal la sangre oxigenada que fluía por las venas del chico. O cuán distinto sería todo si no existiese Michelle con el poderoso efecto de su ausencia.
Pacal no habría podido precisar cuál de aquellos pensamientos la mantenía absorta, aunque, a pesar del poco tiempo que hacía que se conocían, compartir experiencias tan intensas proporcionaba un grado de complicidad, de intimidad, incomprensible en la realidad cotidiana. No. La causa de que Pascal no tuviera ni idea de lo que pasaba por la mente de Beatrice era que su cerebro se había colapsado con una única idea, arrolladora, que ganaba fuerza cada segundo: acariciar aquella piel blanca de diecisiete años que cubría al espíritu errante ocultando su condición inerte, sentir su roce, saborearla.
Quería tocarla.
Ya compensaría él su tacto frío, ya despertaría con su aliento los pulmones de aquella criatura hermosa y profunda.
Pascal había enrojecido en medio de su mutismo, anonadado ante el poder de una pasión incontrolada que le enseñó la diferencia entre el deseo y el amor. Porque seguía amando a Michelle, aquello era otra cosa, pero que importaba mucho en aquel presente paralelo donde cada hora podía ser la última. Tragó saliva, incapaz de pronunciar una palabra que llamase la atención de Beatrice, que lograse que ella volviese la cabeza terminando así con aquel atormentador recorrido visual por su cuerpo, que él prolongaba de un modo morboso.
Confundido, Pascal sentía las reacciones de su cuerpo -los latido enérgicos, la sequedad en la boca- que le hacían anhelar que aquella turbadora espera terminase pronto, aunque no encontraba la determinación suficiente para hacer algo que lo provocara. Y es que, en su estado de confusa exitación no respondía de sí mismo, estaba a punto de perder el control arrastrado por la avalancha de un instinto ingobernable que pugnaba por liberarse, por liberarlo.
Ni siquiera podía asegurar que regresara vivo de aquella locura, que llegase a encontrar a Michelle. Que volviese a ver a su familia, a sus amigos.
A partir de aquel momento, podían perderse para siempre en la Oscuridad, como aquellos cohetes espaciales mal programados que pasan de largo frente a su objetivo, condenados de forma irreversible a vagar eternamente por el universo.
Aquellas posibilidades debilitaban su resistencia. Y es que aún estaba vivo.
Beatrice giró su rostro hacia él, y su gesto asombrado ante el aturdido semblante del Viajero casi logró quebrar la barreras que él intentaba en vano construir, pues en la transparencia de sus pupilas, Pascal había distinguido un atisbo de complicidad. El chico no quiso pensar más, con la esperanza de reunir el valor suficiente para llegar más lejos, para lanzarse el vacío. Pero, una vez más, lo único que consiguió fue aproximar su cara sofocada a la de ella, sin hablar. Escasos centímetros separaban sus facciones y Beatrice se dejó embriagar por el cálido aliento del Viajero, expectante. También indecisa ante lo que estaba a punto de ocurrir, no acertó a retirar sus labios, como ofrenciéndole otra tentadora oportunidad que Pascal, paralizado, tampoco aprovechó. Él se limitó a pedirle ayuda con los ojos, a solicitarle el empuje que no hallaba en su interior.
Ella captó el mensaje. A pesar de dudar si aquello estaba bien, al final fue Beatrice la que superó la ínfima distancia que se interponía entre ellos. Era todo tan extraño, tan excepcional, y hacía tanto que el espíritu errante no sentía calor...
Pascal percibió con los ojos cerrados cómo las bocas se juntaban, y se negó a abrirlos aterrado ante la posibilidad de que quel instante terminase. Se estaban besando. Se movían, en rumoroso silencio, profanando la sentenciada serenidad de aquel recinto de condenados.
El Viajero, ajeno a todo lo que no fuera ella, recorria con sus manos aquel delicado cuerpo, lo saboreaba aportando sufiente calidez para los dos. Beatrice, luchando contra toda la inercia de su propio estado, también lo acariciaba, mientras recordaba con cada roce un tiempo no muy lejano en que también ella vivió bajo el sol.
Su mutua incomodidad fue sucumbiendo a una placentera exploración y sus cuerpos se fundieron. Sus pensamientos volaban mientras tanto. Imaginaban un pasado sin el obstáculo de lamuerte.Quizá incluso llegaron a cruzarse en el mundo de los vivos, una tarde cualquiera, en una calle de París. Antes del accidente aéreo.