Se quedó en silencio y empezó a escuchar todos los sonidos. No supo cuanto tiempo paso mientras trataba de aislar uno a uno los sonidos de la ciudad. El zumbido de los carros que era solo opacado por el mismo de las personas, una gran y deficiente colmena.
Cuando al fin se decidió a seguir con su camino comenzó con una marcha lenta. Salio del parquecillo y se sintió extraño, en el momento en el que dio el primer paso afuera sintió como si toda la ciudad afuera de ese espacio hubiera entrado en el más profundo de los silencios. Las voces de las personas se escuchaban como meros susurros y los carros iban como si apenas estuviera tocando el pavimento. Sonrió para si mismo y continuó su camino, sin saber exactamente cual era.
Le gustaba jugar a descifrar a las personas con quienes se cruzaba, a quienes veía al otro lado de la calle mientras esperaba el cambio del semáforo. Entre más caminaba más se enraizaba en su mente la idea de la colmena deficiente. La gente iba por la calle sin fijarse en los demás, sin fijarse en nada de lo que lo rodeaba. El único contacto que se establecía era el del accidental choque. Todos iban tan separados de la realidad que no se daban cuenta de que él los estaba mirando, y él podía conocer a las personas sin necesidad de hablar con ellas, una relación que se creaba entre él y la persona que descifraba en un pequeño y fugaz instante de no compartida intimidad.
Caminar por la calle era la absoluta y, en ocasiones, deliciosa soledad. Una soledad que a veces lo agobiaba alarmante y casi histéricamente, pero que otra veces era todo lo que necesitaba para pensar, para poder continuar con su vida.
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