lunes, 29 de junio de 2009

Inconcluso

José Fernández escuchaba los gritos de placer de su secretaria mientras satisfecho, y después de dos horas por fin se acostaba en la cama de la pequeña habitación del motel.

Mientras se miraba en los espejos del techo, José escuchaba a Clara decir “estuviste maravilloso amor, creo que después de todo las presiones del trabajo no te han afectado mucho”

En la habitación había un hedor a inciensos, jabones, flores y muchas otras cosas que hacían que José se mareara. Pero el olor de Clara lo tranquilizaba, lo llevaba a un lugar más allá de los tiempos… más allá de todo. Todos sus amigos le habían dicho que era solo un capricho pero, era un capricho demasiado fuerte, era casi amor. Pero José no podía sentir amor por ella, su propio ser no se lo dejaba, el amor de su vida, la persona que él había elegido, era su esposa Raquel, Clara debía ser solo un capricho.

Ya eran las 3 de la mañana cuando Clara y José salieron del motel en un carro rojo. A las 3:30 estaban en la casa de la secretaria. “¿Seguro de que no quieres entrar?” pregunto ella una vez más, aunque ya sabía cual sería la respuesta. Tras un silencio algo incomodo, José respondió, “No, te agradezco mucho pero sabes que tengo que ir a mi casa”. Tras esto, Clara se bajo del carro y entro a un edificio de apartamentos.

Mientras manejaba a su casa, José pensaba en su familia, ¿Cómo podía estar haciendo esto?, teniendo a la esposa e hija perfectas, ¿Cómo podía el tener una amante?...

A las 4 en punto, José llego al conjunto recidencial en el norte de la ciudad. El vigilante le abrió la puerta del parqueadero con una sonrisa fingida en la cara, ya habían tenido inconvenientes varias veces y no quería que lo echaran por un maldito ricachon, al fin y al cabo tenia que mantener a una familia de 6.

Al entrar a su casa, José vio la luz de la cocina encendida. Cuando se acerco, vio a su hija de 16 años, hermosa, en una pijama rosa que iba perfectamente con su color de piel, con su brillante cabello castaño oscuro cogido en una cola, su cuerpo perfecto. De pronto, mientras observaba con orgullo a Alejandra, surgió de nuevo, como una punzante aguja en su corazón, la pregunta, ¿Cómo demonios podía el estar cometiendo tal atrocidad?


Continuara...